Charles Baudelaire
La tunanta
Arthur Rimbaud
En el comedor pardo, que perfumaba una
mezcla de olor de fruta y de barniz, a gusto,
me hice con un plato de no sé qué guisado
belga, y me arrellané en una enorme silla.
Mientras comía, oí el reloj ––feliz, quedo...
La cocina se abrió, inmensa bocanada,
––y la criada entró; y no sé bien por qué
llevaba el chal abierto y un peinado travieso.
Y mientras recorría con su dedo azorado
su cara, un terciopelo, durazno blanco y rosa,
haciendo un gesto ingenuo con su labio de niña,
colocaba los platos, junto a mí, serenándome.
Y luego, distraída, para ganarse un beso,
bajito: «toca, toca: me s’ha enfriao la cara...»
Mujer y gata
Paul Verlaine
La sorprendí jugando con su gata, y contemplar causóme maravilla la mano blanca con la blanca pata, de la tarde a la luz que apenas brilla. ¡Como supo esconder la mojigata, del mitón tras la negra redecilla, la punta de marfil que juega y mata, con acerados tintes de cuchilla! Melindrosa a la par por su compañera ocultaba también la garra fiera; y al rodar (abrazadas) por la alfombra, un sonoro reír cruzó el ambiente del salón... y brillaron de repente ¡cuatro puntos de fósforo en la sombra! |
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